DESPUÉS DEL SUCESO DE NERCÓN: 1973-2010.
Como era obvio, el viejo de las orejas grandes no se apareció por varios meses por aquella casita construida detrás del patio contiguo a la casa de mi abuela Ofelia. No fue sino hasta el día de mi cuarto cumpleaños que se dejó caer con un caballito de madera, tipo balancín sobre sus brazos a modo de protección en caso de recibir una nueva emboscada furibunda de mi madre. Obviamente esperable, después de su infidelidad infiel como infiel son las alas de los pájaros infieles...
En vez de ello, recibió la noticia del proyecto de nuestra partida. Ya todo estaba decidido. Lo dejaríamos y, esta vez, para siempre… Tras el cruce helado de aquellas tierras que están al otro lado de la cordillera, la historia de cada uno de nosotros, sería otra historia…
Luego de un año de estar en Bariloche en compañía de mi hermano mayor, Luis Beltrán, prematuramente suicida meses después y, estando de regreso algunos meses en Puerto Montt, conoció a su eterno compañero. Se trataba de un hombre sencillo, de una sorprendente sonrisa amplia y desbordante. Culto y pobre en contraposición con mi progenitor. En realidad, nada de especial o, mejor dicho, todo de especial. Tremendamente bondadoso. Tan así que el día en que se conocieron con mi madre en aquel barcillo en calle Pérez Rosales, él -en vez de ofrecerle una flor o una caja de chocolates- le ofreció sus manos callosamente asistidas que hoy, desde su restos vividos, la siguen conteniendo en la paz de su lecho mortuorio.
A mi padrastro, Óscar Gallardo Silva, a mi papito lindo, le debo la manía por la lectura de autores que hasta ahora me sorprendo haber leído a temprana edad, el gusto por el buen vino, los quesos de otras latitudes, la palta del Valle Central, el gusto por viajar a lugares insospechados, la disciplina intermitentemente constante de lo sencillo que puede llegar a ser la certeza de una vida que espera ser solventada por la espera de días más felices y, en fin, otras tantas cosas más que aquí no tengo el tiempo de nombrar porque para ello, tendría que comenzar de nuevo.
Me hubiese gustado aprender de él, eso sí, la humildad ingrávida de sus gestos humanitarios, su capacidad de soñar con más abrazos fraternos, ser feliz con una papa tranquila y compartida…. No obstante, la semilla poderosa del orgullo de mi padre biológico ha sido irreductible... y, como dice la historia del escorpión y la rana, es imposible ir contra nuestra naturaleza. Pese a todo, me basta la luz de su sonrisa y las lágrimas que deposité en su féretro para que el amor que siento por él lo acompañe donde tenga que ir.
Tengo seis hermanos más. Tres dentro del nuevo matrimonio y dos mellizos que -por cosas de la vida- llegaron un día a nuestra casa con apenas dos meses de edad. Por esa época, apenas tenía nueve años y mi madre estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo o, mejor dicho, hija.
El amor por esas dos criaturas se diseminó en todos nuestros corazones, de tal modo que no puedo decir otra cosa que los amamos como se puede amar una vida legítimamente compartida. Fueron tiempos difíciles, sobre todo en los tiempos de la recesión de los primeros años de los 80'. Nos subsanó la mentalidad gregaria de cazadora recolectora de mi madre. Herencia, creo yo, de nuestros antepasados que, de seguro, debieron andar con los pies delcazos y su humanidad libre en mitad de los vientos, por las islas y canales del sur, pescando de la roca-sal-agua, los peces del futuro que alimentó a la prole insistentemente visionaria, que sin sospecharlo siquiera pudo salvarnos del hambre pinochetista.
Crecimos todo juntos y felices, mientras venían los otros dos que completó lo que ahora es mi familia actual. Recuerdo perfectamente bien el huerto repletos de repolladas lechugas de la estación, las zanahorias de naranjo potente, a los conejos penosamente incalculados ante mi vista absorta y manos plagadas de verde, el gallinero y -con él- al horrible gallo tirano que aterrorizaba a mis hermanos pequeños con sus espolonazos certeros, cada vez que intentábamos darle de comer a sus polluelos. Y, por último, la crianza de ranas de aquella laguna vecina que nunca pude mantenerlas disciplinadas dentro del charco que había confeccionado para la ocasión. Logré juntar más de diez, pero siempre huían antes de poder venderlas.
La hermana que me sigue es Audolina, como desafortunadamente para ella, se llamó su abuela aunque -hoy por hoy- me confesó gustarle su nombre... Ella es impresionante, con una inmensa habilidad por la acción social hacia la juventud de nuestra comunidad y unas manos laboriosamente artísticas que pueden transformar cualquier cosa en una expresión plástica que sólo pueden venir del amor por el arte y la paciencia de desear reventar en los demás el bienestar.
Esteban, uno de los mellizos, es un hombre sencillo, afable, tremendamente amoroso con sus padres. Hace ya un tiempo que formó su propia familia. Aún cuando debe viajar continuamente por el Estuario del Reloncaví y la Laguna San Rafael, debido a su trabajo que tiene que ver más con el extraño placer que le proporciona el mar que por el dinero que recibe, so pena de no ver crecer –como a él le gustaría- a sus tres hijos como cualquier buen padre. No obstante, siempre tiene un tiempo para visitar la casa materna y contarnos sus jocosas aventuras con turistas mediterráneos o americanos septentrionales. No hay duda que tiene vocación por la risa y la vida tranquila que le dejaron como un reflejo infranqueable los pasos de mi extinto padre.
De Solange, la segunda de los mellizos, puedo decir que es “La peor de todas” (Estoy seguro que así se autodenominaría si conociera a Sor Juana Inés de la Cruz), no por su rebeldía congénita, sino por su resistencia a comprender que la vida es tan extraña como lo puede ser esta hermosa extraterrestre que, desde niña, hice mi predilecta sin mucho éxito. Incrédula como ella sola, huye del amor y de las responsabilidades que tempranamente tuvo que abrazar des-afortunadamente, debido a la calidad que le confirió la autoconsciencia herrada de hija relativa y madre prematura. Lo único que puede eclipsar el manto de sus vacíos estrellados, es el amor que profiere a sus padres con una humildad semejante a la de Cristo cuando lavó los pies a sus apóstoles. Tal vez un día, cualquier día… abandone sus fantasmas, sus culpas y sus odios para entrar en armonía con el Universo.
Sólo me quedan mis hermanos menores. Óscar es aún un ingenuo colibrí –ahora no tanto- que va de cuello en cuello para ratificar una ternura que no tiene precedente alguno en nuestra familia. Es hábil con los hierros como nuestro padre e ingenioso como nuestra madre y extrañamente escaso de verbos como no sé quién podría imaginarme. No es un ser sistemático, pero tiene la inteligencia suficiente como para saber que “Camarón que se duerme, lo lleva la corriente”. Con él, nunca he podido tener la certeza de saber qué es lo que pasa por su cabeza, pero sí del afecto que me prodiga abundantemente cada vez que tiene la oportunidad de dármelo.
Un día, luego de unas cuantas cervezas a nuestro haber, describió mi personalidad como ningún psicólogo lo había hecho antes. Es por eso que nunca sé si es él una oveja vestido de lobo o un lobo vestido de oveja en el mejor sentido de la expresión, por su puesto.
Hoy es la cabeza de una familia en ciernes, donde pienso yo, tendrá que probar que será capaz de inyectar la nobleza que le dejó todos los besos, abrazos y preocupaciones de su padre.
Ángela Paz, en cambio, fue una preadolescente que transitó entre la imagen de Shakira post pop y una hippie con aires de Palomita Blanca que en algunas cosas tiene que ver –hasta ahora- con el quinceañero personaje del escritor Lafourcade, pero más con el misterio macabro de la hija de la familia Adams.
A veces es una Maga de Cortázar y otras una pitonisa de la cual, nunca estoy seguro de ser el soberano de mis más íntimos pensamientos. Mi madre dice que es ella quién más se me acerca en cuanto a personalidad… Eso también me atemoriza. Sin embargo es una de mis más fieles aliadas y cómplice por lo silenciosa y oportuna.
Hoy es madre de Jorge Ignacio, un ente digno de la mitología germana, mezcla rara de gnomo solariego, prestigiador de la palabra encantadora y corazón de Jesús de las emociones. Apasionado y burdo, archi común y sorpresivo como sorpresiva puede ser la vida en terreno fértil. That Life…