sábado, 16 de octubre de 2010

Recortes zurcidos y una sonrisa: crónicas anónimas.

Hablar de mis ancestros es hablar de imágenes imprecisas e inconexas, sobre todo, si   no me dejo apoyar por los   relatos de mi madre o los otros miembros de mi familia que tuvieron la suerte de tener un contacto en primera persona con ellos. Además de esos dos elementos eminentemente sustanciales a la hora de reconstruir una historia, no deseo exceptuarme de la tentación comprensible de un cronista por recurrir a la imaginación.

 Después de todo -según dicen- la imaginación y el subconsciente, en ocasiones, son capaces de crear instancia impredecible: una suerte de alquimia verbal que se da entre las conjeturas y las premoniciones provenientes de ese lazo íntimo e irreductible con   aquellos seres    que –aún cuando han pasado a mejor vida- se niegan a despoblar nuestro pasado y futuro.

 Otro elemento más es que, por alguna extraña razón, las palabras tienden a mezclar la realidad y la ficción como un modo de burlar o burlarse de tanta realidad, ya sea para completarla, transfigurarla o creerla al interior de nuestra conciencia colectiva.
 De esto, ni si quiera los historiadores oficiales, pueden evadirse por más espíritu cientificista que los abrase.

Mi afán es construir un registro material no sólo de mi infancia, y de los que en ella intervinieron, sino más bien, realizar una interpretación a ratos arqueológica y a ratos antropológica de un espacio sociocultural que teje y desteje las vidas humanas. Al fin y al cabo, la lectura (de los hechos, recuerdos y relatos orales), como la escritura, son dos procesos que no tienen sino, una frontera imprecisa que sólo un intelecto libre y creativo es capaz transitarla con el afán de interrogar la presencia sus propios espíritus.

Lo importante  aquí es ir al rescate de historias anónima como lo fueron, entre otras,  la historia de la bisabuela Isabel, del abuelo materno Diego Uribe, de la  abuelita Ofelia Díaz,  el viejo Aureliano Velásquez y su hermana Gabriela, mi hermano Luis Beltrán o la de Óscar Rubén Gallardo Silva. Todos, seres mágicos  y humanos que pueden atravesar el universo de las palabras como fantasmas que pueblan un Cómala extinto y renaciente sólo en el relato de los que aún están vivos.

Mi intención definitivamente es otra, aún cuando atisbar a la luz de un análisis de estas dimensiones nunca será cosa prescindible, si se quiere recomponer las fisuras y retazos biográficos vaporosamente existente en los recuerdos de los seres queridos. Pero no sólo se trata de unir retazos de un ser en particular, sino construir un esquema aplicable a otros tantos seres que les posibilite sacar del cruel anonimato, sus voces enmudecidas por el olvido.


He aquí, un grupo significativos de textos cronísticos, titulados “Recortes zurcidos y una sonrisa” que busca reconstruir el pasado familiar y, a través de ese ejercicio, la historia colectiva de una sociedad diversa y palimpséstica como la chilota. Son textos   urdidos desde la experiencia, de la reflexión, la oralidad pero, fundamentalmente, desde esa obstinación por hacer del pasado personal y ancestral, parte de un material previamente mediatizado por la imaginación y el rigor histórico que es el punto exacto en que aparece lo literario de este incipiente escritor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario